Vesania by Kris Van Steenberge

Vesania by Kris Van Steenberge

autor:Kris Van Steenberge [Kris Van Steenberge]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Realista
editor: 13insurgentes
publicado: 2019-09-04T22:00:00+00:00


MANDAMIENTOS

I

Son las tres y media. La noche nos espera. Estoy acostumbrado a levantarme el primero. No me cuesta ningún esfuerzo. Nadie tiene que venir a golpear el cabecero de mi cama o quitarme las sábanas. Mientras los demás duermen, yo espero a oscuras en el pasillo. Poco a poco empieza a oírse el roce de las cogullas, un carraspeo, sandalias. En la capilla crujen los bancos de madera. Hay poca luz, no más que unas cuantas velas y una única bombilla encima del púlpito, donde hay un atril con un voluminoso libro abierto. El lector ocupa su lugar. Los demás nos cubrimos con la capucha y nos arrodillamos. Con la cabeza inclinada, escuchamos los pasajes en latín.

¿Escuchan los demás? ¿Escuchan las palabras que se declaman y los salmos que se cantan en este oratorio? ¿O hay alguno que, al igual que yo, abandona la capilla con el pensamiento y vaga mentalmente por los recovecos de su memoria o cavila sobre el día de mañana? A fin de cuentas, cada uno hace lo que quiere debajo de su capucha. Sobre todo ahora, que todavía es noche cerrada y el resto del mundo duerme.

Mi insomnio viene de muy atrás. Cuando era bebé me sedaban a menudo con todo tipo de brebajes que enturbian los sentidos y entumecen el cuerpo. Después, cuando desaparecieron los dolores más insoportables, ya no hacía falla recurrir a los narcóticos con tanta frecuencia. Cuando hace mucho frío o hay humedad, todavía siento de vez en cuando miles de agujas en el rostro, como si me clavaran puntas de hierro en las mandíbulas. De niño gritaba tanto que volvía loco a todo el mundo. Menos a mi madre. Ella misma me lo contó. Los primeros años de mi vida los pasé anestesiado y mi ritmo biológico quedó trastornado para siempre. Velar se ha convertido en mi segunda naturaleza.

A mi lado está el hermano Jozef. Su respiración es muy pesada. Tantos años de largas jornadas junto al horno han acabado haciendo mella en su cuerpo. Con la harina que tiene en los pulmones podrían amasarse más de cuarenta panes. Solo le faltan los peces —o el vino— para encarnar una parábola bíblica. Ya pasa de los ochenta. Tiene la piel del rostro gris y muy cuarteada, su nariz gotea de forma permanente y no para de extraer flemas de los cráteres ocultos de sus maltrechas entrañas. Se pasa las horas expectorando, tosiendo y resollando, por lo que raro es el día que no rocía la masa del pan con sus propias secreciones. «En el horno se mueren todos los bichos, hasta los míos», grajea cuando alguien se lo reprocha. Habla como un cuervo, pero sus panes y sus dulces son deliciosos. Tienen fama en toda la comarca. Hay gente que viene de muy lejos solo para probarlos.

El hermano Jozef es consciente de que está llegando al final del camino, un destino que parece afrontar sin ningún temor. De hecho, ya está preparando su éxodo. Ayer lo vi por enésima vez en la gruta, hablando en voz alta con la imagen de la Virgen.



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